21/7/15

El duque y el Dr., Antología


Link de descarga: http://cort.as/V5Vn



 

Les presento mi septima antología. Haciendo costumbre se corresponde con el blog que la sigue, al cual he reordenado para que quede en el mismo orden. Fueron escritos entre febreo de 2014 y abril de 2015. No es la primera vez que escribo los cuentos interactuando con compañeros, amigos y público, tanto en el Blog como en las redes.
Ha sido y, sigue siendo, una experiencia inigualable y tremendamente divertida. Creo que he mejorado, o por lo menos,    puedo afirmar que algo he aprendido. Agradezco cada comentario, crítica o propuesta. Todos, de una u otra manera, me han enseñado algo y me han dado ideas desparejas.
Como es habitual, el link de descarga les deja un comprimido que con doble clic (como indica el nombre) da una carpeta con los dos formatos más usados de libros electrónicos y un PDF.
Carlos Caro

11/4/15

Juegos



Hoy lo he logrado. Llegué a pensar que sería imposible, dada la primera parte de mi vida casi imperceptible por lo opaca, ya que, desde pequeño tuve que soportar en silencio el bullying de mis compañeros de juegos y de estudios. Lo que más recuerdo son sus risas ufanas ante mis continuas caídas y rendiciones mansas que también provocaron mi timidez y aislamiento y que alejaron de mi lado para siempre al mundo femenino.
Cuando comencé a trabajar en una oficina, mi mente ya estaba deformada. Un “buenos días” y un “buenas tardes” era mi léxico habitual y rehuía temeroso cualquier intento de amistad, pues, estaba seguro que sólo querían reírse de mí. Mis días eran iguales y se apilaban sobre mí con una cadencia inflexible.
Quise huir de ese embrutecimiento cotidiano y comencé a jugar con la computadora por internet. Al principio y según mi personalidad me concentraba en juegos de un solo participante. Sin embargo, al hacerme más ducho, busqué juegos que se compartían a través de la voz.
Cuál fue mi sorpresa al notar que no era el “cabeza de turco” pues el anonimato había roto el esquema de sumisión y me igualaba a los otros jugadores. No solo me igualaba, sino que en juegos de guerra espacial, mi habilidad, don de mando y visión estratégica eran reconocidas y me buscaban para comandar las escuadras.
Me apodaba Capitán Uranio y flotas enteras atacaban a mi señal, desaparecían en tormentas de fuego sistemas solares completos y, viajando en el tiempo a través de los agujeros negros, sorprendíamos al enemigo por detrás.
Esta segunda fase de mi vida invirtió mis esfuerzos, sólo los juegos contaban y mis horarios se acomodaron, poco a poco, al huso horario de mis subordinados. El trabajo, las comidas y el sueño, se transformaron en medios que proveían a la subsistencia para estar en línea.
En esos momentos de espera entre ataques o asechanzas hablábamos de cualquier tema o, en medio del furor de una batalla, estallaba una maldición llena de amargura cuando aumentaba el Lag, tornando lentos nuestros reflejos electrónicos. Pasado el tiempo, cuando ya habíamos conquistado media galaxia nos convencimos de nuestra amistad y conformamos la “Legión Valquiria”. La integraban los tenientes “Dark Maul”, “Master Chief”, “Tie01”, el benjamín del grupo “Piecito” y yo.
      Decidimos conocernos personalmente y, si bien todos nos sabíamos un poco antisociales, no nos sorprendió elegir entre las propuestas el Hotel Mandarín Oriental en Hong Kong, ya que esas multitudes protegerían nuestro anonimato.
Huérfanos de familia por vocación, decidimos que la fecha fuera el 31 de diciembre al mediodía. Nos encontraríamos en el restaurant del hotel luciendo la insignia del grupo: el Sistema Solar apoyado sobre una nave híper lumínica.
Todavía recuerdo el shock que nos produjo el vernos por primera vez. Cada uno con su tara, nos sentimos desnudos sin nuestros avatares, sordos sin los auriculares y mudos sin los micrófonos. La decepción campeaba y mientras almorzábamos apenas intercambiamos los datos de nuestros perfiles. Lo que creímos sería una reunión de amigos terminó en un unánime silencio. En lugar de gallardos héroes que conquistaban la galaxia nos encontramos gordos, pelados, imberbes o ancianos y todos sobre endeudados por el costo del viaje y el alojamiento.
En el avión de vuelta advierto que mi vida ha comenzado por tercera vez. Efectivamente, al romperse la ilusión no podía seguir al mando de la “Legión Valquiria” y por eso comenzaré el juego desde el principio, como simple recluta con un nuevo avatar y nuevos datos. Sin embargo he aprendido una lección y cuando conquiste (esta vez sí, la galaxia completa), la emprenderé con otra y otra.
Siempre al mando solitario y sin amigos hasta que mi cuerpo sin vida se enfríe sobre el ordenador, mientras millones de mundos electrónicos me rinden su homenaje póstumo.

Carlos Caro

Paraná, 28 de marzo de 2015
 Descargar PDF: http://cort.as/USq-


10/4/15

Receta para una fiesta



Encontré el CD que tanto te gustaba en una búsqueda descabellada leyendo las portadas de cientos de ellos, ordenados en prolijas pilas de diferentes alturas. Atestaban ese pequeño lugar y sólo distinguía las diferentes torres por el género: melódicos, jazz, caribeños, tangos, modernos y actuales. Esto me explica el extraño dúo que lleva adelante el negocio: los modernos terminan en el dos mil con el abuelo y los actuales comienzan en el dos mil trece con el nieto. Podrían esperarse desavenencias, pero no, y ambos parecen felices con el acuerdo.
No es un establecimiento que te gana por la estética. Descascaradas paredes de colores indistinguibles, polvo por doquier y laberínticos camino entre las pilas de CDs. Sin embargo, es el más conocido de la ciudad; si hay algún CD que te falte, allí estará, claro…, si lo encontrás. Para mí fue fácil ubicar el tuyo en melódicos, le agregué otros para que se sintiera acompañado, luego husmeé en modernos y conseguí varios de los Beatles.
 Intento que todo sea como antaño, por eso, mientras no estás, he revisado todo, pulido la plata, limpiado la losa, lavado y planchado los manteles. También he preparado los candelabros y comprado velas, desempolvado ese bellísimo par de copas afiligranadas de oro, por si queremos hacerlo más íntimo.
 En un frenesí imaginado de juventud, he recorrido la ciudad buscando las mejores viandas y los mejores vinos. Sé que falta mucho tiempo pero no puedo con mi ansiedad. Esta noche llego, pruebo y cambio de lugar las lámparas del living y las del comedor, quiero el tono de luz exacto. Cuando lo obtengo, me desplomo en un sillón y mis ojos despiertan en aquella noche.
Se conmemora con un gran baile una fecha patria. De estricta etiqueta, las mujeres de largo y los hombres de traje, chaleco, pañuelo y pequeña flor o escarapela en el ojal de la solapa. En cuando entramos, la luz te sonroja y te hace  brillar entre las otras. Tu vestido, que ahora aletea y gira en la luz, no logra opacar tus ojos. Sigo con ansias lo profundo de tu escote en la espalda y me dejan sin aliento, empequeñecido, esos preciosos zapatos de altos tacos aguja. Todo da vueltas en trozos de charlas, canapés y champán. Es un barullo de flores multicolores que sonríen y charlan. Y que ya el alcohol me hace confundir.
Se aparta por fin la gente y suena el primer vals. Si hay algo que nos gusta es dejarnos ir girando sobre el parquet; dos, tres veces nos dejan disfrutar hasta que comienzan con los melódicos. Me abochorno porque mi brazo no sabe qué hacer con tu espalda tan desnuda y mis labios tiemblan al borde del beso junto a tu cálida mejilla. Nuevos ritmos vienen en mi ayuda y con su bailar separados reponen apenas mi auto dominio. La fiesta sigue en olas de febril actividad y otras de relativa calma.
Ya se juntan en los pasillos menos transitados los palotinos. Son, en general, jóvenes sin pareja que han bebido más allá del poder humano pero que, siendo de buenas familias, esto no se debe notar, por eso el mote, parecen palotes inertes; si les das un piquete en el ojo no lo sienten, ni siquiera intentes quitarle la copa de la mano y por mucho que quieras, tampoco pierden la verticalidad.
Regreso superponiendo las vistas de aquel salón y de mi casa. Me queda la duda de cómo sonará la música de modo que cargo tu CD en el equipo de música y, mientras ajusto el volumen y los graves, mis pies se mueven solos a su son. Ese fue el comienzo del horror: patino y casi caigo, revoleo el control remoto y, al ir en su búsqueda, bajo la cabeza y caen mis lentes. Por eso tomo el control al revés y hago sonar los cientos de watts de potencia que, imagino, tienen los parlantes. El aturdimiento me paraliza y sólo reacciono a los  violentos  golpes de los vecinos sobre la puerta. Apago todo y, más tarde, escarmentado, pienso que las pruebas del sonido solo las haré en horas de trabajo. No dejaré que esos esclavos de la rutina mengüen los sentimientos que revivirán nuestras canciones durante la fiesta.

Carlos Caro
Paraná, 13 de diciembre de 2014
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9/4/15

Inspiración (recurso)



Hay veces que la inspiración no llega o llega a destiempo, cuando uno no está preparado. Sin ella, los escritos no tienen dirección y, como una veleta sin viento, van girando sin rumbo ora aquí, ora allá. El autor languidece en la espera o se deja tentar por los fuegos fatuos de repetirse.
Hay repeticiones permitidas y hasta obligadas, por ejemplo, caminar. Casi todos mis personajes lo hacen. En el mismo rubro incluyo a los que corren, a los que cojean o a los que trastabillan y también a los que creen que transitan por las nubes. La diferencia está en el por qué, ya que de esto depende su propósito en cada cuento.
Como persiste la ausencia de temas, me fijo en las “Últimas noticias” del  periódico del día. La más pequeña reseña puede ser la punta de un hilo para desovillar. La sección “Policial” me provee de la intriga o el horror, según se trate de un robo de joyas o de una pelea que ha terminado con el cuchillazo final. Con un poco de imaginación, detectaré al instante el crimen de calidad y lo separaré como a la paja del trigo de esa maraña de simples hurtos.
Macabro, y sin entender el motivo sigo las “Necrológicas”, debe ser el respeto que provocan estas columnas de crucecitas. A mi edad las recorro como puntuando una lista: aparecen parientes,  amigos y, a veces, hasta enemigos. A los obituarios de estos últimos, los leo completos aprendiendo con una extraña fascinación cómo se transforman en ángeles las malas personas. De ahí me ha nacido la idea de que la muerte es una especie de lavandina social. En cuanto cruzas esa línea, la muerte actúa sobre el alma al igual que la lavandina en las telas eliminando las manchas y ésta queda blanca y brillante ante los demás; sin embargo no creo que actúe frente al momento de rendir cuentas.
De aquí salto a “Sociales” y me doy cuenta cuánto ha crecido la ciudad. En los matrimonios no logro asociar el apellido de los novios con alguno de los muertos de hoy o de antes. Las nuevas modas se imponen y tampoco puedo emparejar los bautismos con las bodas anteriores, así son las cosas, hay bautismos sin boda.
En “Deportes” es fútbol, más fútbol y fútbol: lo sabemos todo de cada partido, de la posición de cada club en el campeonato, de cada jugador y de la vida privada de cada jugador. A veces por lástima aparecen dos líneas con los resultados del rugby, del tenis o del hockey (femenino, por supuesto). 
Llego a “Política”, lo advierto enseguida por el berenjenal de nombres y partidos que me confunde. Si pierdo las noticias de un solo día, es como si en la batalla naval me dijeran “agua”. Ya no sabría hacia dónde disparar en el siguiente turno. Antes, los candidatos se mantenían en un mismo partido o, a lo sumo (como se dice), nacían en la izquierda para jubilarse en la derecha, pero siguiendo el debido escalafón. Sin embargo, ahora los postulantes eligen la mejor oferta y se van con el partido que más le convenga. Éstos tampoco duran mucho: nacen como arroyos de opinión, se unen con otros por las bases programáticas y, cuando en busca de un cargo público, se hacen afluentes de partidos más grandes, desaparecen diluidos por la ideología de los mismos.
El diario se agotó como una cantimplora vacía en medio del desierto, de modo que deberé esperar el de mañana para encontrar al fin esa esquiva inspiración.

Carlos Caro

Paraná, 9 de marzo de 2015

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8/4/15

Día particular



Un rayo de sol escamoteado a las nubes, un picaflor que, por madrugador, encuentra sus flores todavía cerradas y una brisa tan fresca y estimulante que como un ventarrón se lleva mi somnolencia, dan comienzo al día. Oigo, invasores, los ruidos de la casa y más lejanos, los de las calles y la ciudad; se avecina el desayuno con tal enfrentamiento entre la vajilla y los cubiertos que parece el almuerzo o la cena. Sin embargo, será frugal y apresurado, para aprovechar el día de feria pedaleando en el parque con Javier.

Pasa por mi y partimos a buen ritmo sobre las bicicletas. Esta ciudad no se compadece de ellas. En realidad, no se compadece de nada, ni de las piernas ni de los automóviles. Escalonadas hacia el río las calles escalan montañas y descienden precipicios. Agotados conquistamos cada cumbre y desorbitados rodamos abajo por sus laderas. Algunas son tan empinadas que los automóviles sólo pueden subirlas en la velocidad mas corta. Siempre me pareció que, como murallas concéntricas, defendían por simple agotamiento, la plaza principal.

A esta hora, el parque está lleno de gente que trota, camina o pasea, bordea el orgulloso rosedal y se escabulle bajo la sombra de los árboles. Hoy es lugar de reunión y nos exhibimos en la gran marquesina regalando sonrisas a las chicas bonitas y saludos a los amigos. Precisamente, nos cruzamos con el Gordo Ortusa y el Colorado Salcedo remarcando con carcajadas nuestros sobrenombres.

Qué curiosa costumbre la de los apodos, nos inmovilizan en el tiempo y en la memoria de los demás. El Gordo ha perdido tantos kilos en este último año que tendremos que llamarlo por su antónimo, al Colorado se le ha oscurecido el pelo y ya solo parece castaño, Javier (Narigón), comenzó a usar anteojos de grueso armazón y ha proporcionado su cara. Solo yo mantengo incólume el origen de mi apodo, no he crecido ni siquiera un milímetro.

Si bien el paseo ha sido provechoso en posibilidades, no es más que un aperitivo que anuncia esa danza de vanidades que será la caminata alrededor de la plaza. Imagino que acordaremos reunirnos en la esquina de casa y entonces, con saludos hacia un lado y hacia el otro, iniciaremos el eterno carrusel.

Quizás con una cerveza allí o con un helado más allá, pasaremos la noche entre confidencias y chismes, recuerdos y anécdotas. Será como un globo que se desinfla poco a poco y, cuando sólo suenen sobre las veredas nuestros pasos solitarios, nos iremos a prolongar en nuestros sueños este hermoso día.

Llego jadeante por la agitación del paseo en el parque y entro a una maquina del tiempo. Hoy, almorzaremos tarde y desfallezco de hambre. La familia ya está reunida a la mesa y espera que la fuente de fideos, con su presencia, indique la largada. En medio de las charlas, papá hace una seña perentoria y se apagan, expectantes, las voces.

Prestamos atención. Alguien dejó encendido el televisor en la habitación de al lado y oímos que en una remota ciudad de Texas como si fuera en un bárbaro desierto, han asesinado a balazos al presidente Kennedy. Aún recuerdo ese momento, de esas cosas todavía no entendía nada, pero la seriedad de papá, me provocó un oscuro presentimiento de que el mundo que había conocido acababa de cambiar, definitivamente, bajo mis pies.

  

Carlos Caro/MJ

Paraná, 25 de noviembre de 2014

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