27/3/15

La gata Filomena



Hoy me perdí, y en más de un sentido. Caminaba durante la tarde por las veredas y miraba hacia los techos buscando la gata. En un momento quedé desconcertado, no tenía idea de donde me encontraba. Tal debe haber sido mi cara de sorpresa y angustia que un vecino me acompañó hasta mi puerta.
Tranquilizado por el ambiente familiar me dirijo al dormitorio cuyos ventanales abro hacia el gran balcón. Aquí empezó todo con la llegada de la gata Filomena hace cosa de cuatro meses. Desde hace años, cuando pierdo el sueño por las noches, salgo al balcón para que la luna y las estrellas me lo devuelvan. En esa situación nos unió el espanto. Filomena, aún pequeña, era un pompón de hirsuto pelo blanco que se acercó recelosa a mi figura en el lugar más oscuro.
Por el rabillo del ojo vi acercarse un fantasma y mi corazón se detuvo. Repasé la lista de difuntos para darle nombre, pero la interrumpí por un ronroneo que acarició mis piernas. Me agaché y la acaricié. Llevaba un collar que aun sin ver el color o marca me señaló que tenía un dueño cercano. Respetando las garras, la levanté y me estremecí al ver cómo me estudiaban sus ojos y en ellos me encontré siendo su presa.
Me reí de mí mismo por la ocurrencia y con delicadeza huyó de mis brazos perdiéndose sinuosa en la casa aledaña. Me visitaba cada dos o tres noches y luego, todas. Le dejaba preparado un plato con leche y, mientras fue creciendo, empecé a cambiar.
Me di cuenta que su influencia me hacía retroceder en el tiempo. No mi tiempo humano, el que me había traído cabellos blancos, ojos débiles y un andar más sosegado. Tampoco mi tiempo histórico, ese que me había marcado a fuego con los acontecimientos del siglo xx donde transcurrió la mayor parte de mi vida. En realidad retrocedía en mi tiempo positivista hacia la magia y la hechicería. Hoy a medida que los conocimientos avanzan nos hablan de nuevos descubrimientos que cada vez están más lejos de nuestra comprensión ¿Por qué creemos en ellos? Aunque suene cínico, lo hacemos por fe y, para mayor confusión, una fe sin ningún dios, es solo una entelequia creada por los mismos hombres. El barniz con el que las sapiencias me cubrieron se agrietó con los años y hoy a cada paso cae sin remedio.
Al ponerse el sol, en un momento el mundo cambia y de su poder sólo queda una sombra violeta sobre el horizonte. Las farolas de las calles se encienden con lo que alejan la noche de la ciudad y la concentran, negra, en sus alrededores y sobre mí. Me siento aislado, escondido y protegido en lo que mi imaginación convierte en un almenar.
Y yo…, miro sobrecogido este universo enorme que gira a mi alrededor, estoy tan cansado de que la ciencia me haga creer lo que mis ojos no ven o lo que mis oídos escuchan como nuevo, engañado por su mentira… Me despojo de ella, regreso a la vida a los antiguos dioses y la tierra es otra vez el centro del universo.
Hoy no quiero saber nada de Copérnico ni de Galileo, quiero creerles a mis sentidos y saberme un alma encarnada con algún propósito aunque este me sea desconocido.
Finalmente llega Filomena, cobra su precio de leche y como dueña, enfrenta su cara con la mía. Sus ojos se tragan la luna y entre los albores que me muestran, puedo ver a las brujas que la cruzan, esas que la astronomía llama cometas.

Carlos Caro
Paraná, 15 de marzo de 2015
Descargar PDF: http://cort.as/USqA


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